Los padres de Diana Quer, Marta del Castillo, Mari Luz, Sandra Palo, una representación de la familia de Yéremi y Blanca Estrella Ruiz, presidenta de la Asociación 'Clara Campoamor'. EP. |
Hay tres formas de enfrentar el crimen.
La primera, es que cada uno se tome la justícia por su mano.
La segunda, comprendiendo y perdonando a los criminales y
diseñando el castigo, no como tal sino como ayuda para que se arrepienta y pida
perdón, y se reintegren a la sociedad como si aquí no hubiera pasado nada.
La tercera, estableciendo procedimientos lo más objetivos y
fiables posibles, para que los criminales sean castigados de forma que se evite
el impulso de tomarse la justicia por su mano por parte de los damnificados y,
no menos importante, que los más débiles puedan ejercer su derecho a la
justicia y protegerse del efecto inductor que tiene la impunidad. Es por esa
razón por la que se debe proteger con mayor intensidad a los más débiles, sean
hombres, mujeres, niños, ancianos o adultos.
Con ocasión de la muerte del pequeño Gabriel, y sin que olvidemos la de
tantos otros olvidados, hemos asistido a la escenificación de esas tres formas
de enfrentar el crimen en un espectáculo tan esclarecedor que más bien parece
la sutil estratagema de un maestro para mover a sus alumnos a pensar por sí
mismos que una simple casualidad. Hemos visto cómo muchas personas, movidas por
la rabia del tremendo daño innecesario, cobarde e injusto perpetrado en la
persona del niño, han cedido al impulso de tomarse la justicia por su mano.
Pero hemos visto, también, cómo los defensores de la segunda alternativa, la de
la comprensión, protección y perdón de los criminales, se imponía en los grandes
medios de comunicación que, aún hoy mismo, continúan bombardeando con la idea
comprensiva y reinsertadora.
Muchas personas que sienten profundamente la necesidad de una justicia
firme, capaz de proteger a los débiles y evitar el impulso de la venganza ciega,
se encuentran indignadas con la actitud de las corrientes políticas que
defienden la idea de la justicia sólo legitimada en términos de reinserción,
encarnadas en las mismas organizaciones políticas que quieren abolir la prisión permanente revisable. El dantesco
espectáculo al que estamos asistiendo en directo, multiplicado por los medios
de información hasta la extenuación, presenta rasgos que sólo es posible
ignorar si nos dejamos llevar por el sentimentalismo al que quieren
arrastrarnos esos medios.
La presunta asesina en militante de izquierdas afín a Podemos. El padre de
la criatura es afiliado a Podemos. La madre, en una actitud que resume a la
perfección la alternativa de comprensión, resignación y reinserción, en un
ejercicio terriblemente evidente de Síndrome de Estocolmo, pide que cese la
rabia, la indignación y el odio contra la presunta criminal o, lo que es lo
mismo, que todos nos anestesiemos y aceptemos con resignación la alternativa de
la comprensión y el perdón.
Muchos de los que no aceptan esta alternativa y critican con justa crudeza
a esas organizaciones políticas que, sin duda alguna motivadas por el hecho de
que la presunta es una de los suyos, olvidan que la base de esta doctrina de
comprensión, perdón y reinserción, se encuentra en la religión que ellos mismos
profesan y que es una institución como la Iglesia la que coincide con las
organizaciones izquierdistas en la defensa de la impunidad vestida de humanidad
para con los criminales, no para con las víctimas, tratando de establecer una
asociación mental que, paradójicamente, podríamos calificar de demoníaca: la
madre del niño asesinado pide que cese la rabia, la indignación y el odio, todo
el mundo se centre en las buenas personas y olvide a la criminal. Y pide eso
porque ella sí es una buena persona, dando a entender que los que pedimos
justicia, y no venganza ciega ni impunidad buenista, no somos tan buenas
personas. Pero lo somos. Precisamente porque no albergamos absolutamente
ninguna clase de comprensión con el mal ni con quienes lo ejercen ni, lo que es
más importante, pedimos perdón para ellos, un perdón disfrazado de bondad
religiosa, justificación sociológica o eficacia científica.
La justicia debe estar por encima de los impulsos, perfectamente
comprensibles y naturales, de venganza. Pero, también, de cualquier forma de
impunidad, no importa los términos en los que se exprese. Porque sólo puede
comprender, perdonar y reinstalar a los criminales otros criminales o las
pobres gentes indefensas ante sí mismas y movidas por lo que hoy en día se
llama Síndrome de Estocolmo.
La venganza y el perdón no son compatibles con la justicia. Nadie que
defienda la venganza o el perdón (y la reinserción) puede llamarse justo. No se
puede ser justo y comprender, proteger y, finalmente, salvar a los criminales.
Así de sencillo. Así de esclarecedor. Porque estas personas, además de expresar
su condición profunda de comprensión, perdón y salvación de los criminales, nos
condenan a los demás a ceder ante nuestros impulsos de venganza o a ser esclavos
de nuestra debilidad.
Y a esa degradación de venganza o indefensión es a la que quieren
someternos quienes piden derogar la
prisión permanete revisable e impiden que se endurezca el código penal
porque ellos consideran que con los criminales hay que ser comprensivos y
perdonarlos tras que se arrepientan. Porque, entre otras cosas, dicen, eso es
ser buena persona y, además, no sirve de nada poner penas duras ya que no
evitan el crimen. Pero el crimen no lo evitan tampoco las penas reinsertadoras.
Así pues, eliminemos todo castigo a los criminales.
Buenas personas somos los que pedimos justicia. Que
nadie lo olvide, porque somos la inmensa mayoría.
Óscar Bermán Boldú
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