AR.- Contarán los más viejos del lugar que hubo un Viernes de Pasión
en Palafolls (Barcelona) donde quedó retratada la querencia del pueblo
llano por las cosas, aunque sencillas, sublimes, que la casta política
rechazaba. Contarán que hubo un alcalde del partido socialista, de
menguada talla física y moral, que pretendió invisibilizar los
sentimientos más genuinos y profundos de un pueblo a contrapelo de lo
que nos cuenta la propaganda separatista. Nos contarán cómo en Palafolls
quedó retratada la pretensión de un alcalde de poner diques al
sentimiento español de sus vecinos. Y también que ni todas las campañas
disuasorias, ni todas las restricciones municipales, ni todas las
campañas matonistas de los separatistas, impidieron a la gente sencilla
de Palafolls ser protagonista del prodigio de una gran resurrección
nacional, avivada por medios como Alerta Digital, a pocas horas de la
Resurrección de nuestro Señor Jesucristo. También deberá mencionarse el
nombre de Óscar Bermán, un titán del patriotismo en territorio
felizmente arrebatado a los comanches.
De entrada, más de cinco mil personas acompañaron el paso de la
imagen y de los legionarios, sobre una población de nueve mil
habitantes, según datos de los medios informativos que cubrieron el acto
y de los propios organizadores.
“El novio de la muerte” sonó, y de qué forma, por las antañonas
calles de Palafolls, como nunca antes. Los veteranos de la Legión
Española, curtidos en mil batallas, desfilaron durante horas por las
calles de la localidad, en medio de una inesperada multitud de fieles,
entre vítores y vivas a España y La Legión. Inenarrable lo vivido y lo
sentido. Inimaginable para el alcalde socialista, que pretendió prohibir
la presencia legionaria con el falaz argumento de que no congregaba un
sentimiento de unanimidad. Si lo vivido ayer en las calles de Palafolls
no es sentimiento popular en estado puro, sin adulteraciones ideológicas
ni mandileras, entonces habría que redefinir el significado de este
término. “Ha sido impresionante, imposible de imaginar”, relataba a esta
redacción un muy emocionado Óscar Bermán, paradigma de dignidad, amor
propio, tesón, coraje y patriotismo frente a la moral de letrina de los
dirigentes de su partido. Nunca la dignidad del PP había sido izada tan
alta como ayer en Palafolls.
Bermán, que también es el Hermano Mayor de la Cofradía de San Luís y
Santa María de Palafolls, permaneció siempre al frente de la comitiva,
cantando y vibrando con el “Novio de la muerte” como un legionario más.
Como la multitud que se arrecimaba en cada calle, en cada esquina,
frente a la parroquia de San Luís, para dar vivas a España y a La
Legión.
“El alcalde ha quedado muy mal al querer prohibir un acto que, como
se ha visto, ha sido seguido con emoción y entusiasmo por una multitud.
Un alcalde no puede representar lo contrario de lo que sienten sus
vecinos”. Fueron palabras de Dolores, una catalana oriunda de Granada
que acudió a reverenciar las imponente talla de Santa María, junto a su
marido y la menor de sus hijas.
Como se sabe, el alcalde socialista de Palafolls había desautorizado
la presencia de los legionarios con el apoyo de su partido, los
comunistas y el único concejal de Ciudadanos. Bermán cuestionó que el
regidor tuviese autoridad para interferir en los pasos procesionales y
garantizó, como así ha sido, que la imagen de Santa María sería
escoltada por los caballeros legionarios.
Es Viernes Santo y La Legión ha demostrado que no se puede gobernar
contra los sentimientos y que el sentimiento de religiosidad y
españolidad en Cataluña, pese a todas las campañas en su contra
costeadas con dinero público, no hace sino crecer. Es Viernes Santo y
los legionarios fueron vitoreados durante su imponente marcha
procesional. Verlos redoblar su paso por las calles de nuestros pueblos y
ciudades, desde Málaga a Palafolls, es posiblemente el espectáculo
castrense más vistoso de cuantos puedan existir. Es Viernes Santo en
Palafolls. Es el día de los legionarios. Es un buen día para que hasta
los corazones de acero abran cauce a la emoción. Melancólica la cara de
Santa María de Palafolls, verde oliva el traslado, se lo paga el pueblo
en lágrimas de chirimiri, tenaces, constantes, profundas.
Algunos viejos parecen arrebatarse como si le volviese al cuerpo
maltrecho aquella gloriosa juventud legionaria en Sidi Ifni, mientras el
tenaz estribillo suena más fuerte que nunca por las calles de
Palafolls: “La estreché con lazo fuerte y su amor fue mi bandera”. La
muerte hay que esperarla así, con esa inmaculada serenidad, con esa
especie de acogimiento del rito legionario que aparece en el último
párrafo, serenamente escrito, uniendo las tallas de nuestros santos
titulares al protocolo de La Legión que para todo lo tiene, y más para
la muerte, su más leal compañera. Esta suprema elegancia ante la muerte
es señal de fe, de corazón entero, de hombre cabal. Las calles de
Palafolls lo perciben. No hay resonancia del pasado en ellas. Sólo
emoción de ver a los novios de la muerte procedentes de todos los
tercios. No hay nada parecido a verlos balancearse de lado a lado, con
cadencia musical. No habría nada más monótono, bostezante y lacerante
que el manual de vida de un representante de la sociedad civil comparado
con el ideal de vida de un legionario, depositario de valores y
principios que en nuestros randas de la patria serían motivo de alergia.
La disciplina legionaria, el vigor de sus tradiciones, estimula la
circulación de la sangre, vigoriza el pensamiento y alegra los humores,
hasta en plena Pasión de Jesús.
Se vio incluso a votantes de la izquierda laica enganchados a esa
multitud que, con certero instinto, vitoreaba a La Legión y prorrumpía
en continuados “vivas a España” y vítores a la Madre de Dios. Nada es
comparable a la vida sana, sobria y ascética de un pueblo mitad monje y
mitad soldado. Eso lo saben los randas de la patria y por eso su
pertinaz campaña contra un modo de vivir, de pensar y de sentir que si a
nosotros nos enaltece, a ellos los envilece más cada día.
Óscar Bermán, con la emoción a flor de piel, telefoneó al autor de
esta narración al filo de las diez de la noche, en pleno desfile, para
dedicarle, a casi mil kilómetros de distancia, el popular estribillo que
ha rebasado fronteras y credos:
“Soy un hombre a quien la suerte
hirió con zarpa de fiera;
soy un novio de la muerte
que va a unirse en lazo fuerte
con tal leal compañera”.
hirió con zarpa de fiera;
soy un novio de la muerte
que va a unirse en lazo fuerte
con tal leal compañera”.
Entrada ya la medianoche, los legionarios y cientos de fieles seguían
congregados, cantando una y otra vez, con su voz envolvente, “El novio
de la muerte”. Nadie parecía tener prisa en abandonar el lugar, como
queriendo aplazar la experiencia de estar viviendo un momento único,
inolvidable, eterno…
Tras el indescriptible momento, el concejal y Hermano Mayor de San
Luís y Santa María me comunicó la decisión, tomada unánimemente por la
mañana, de imponerme la medalla de oro de la Cofradía. Pero esto ya
formará parte de otra crónica.
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